Por Antonio Valderrama
Empezaba la secuencia con un Jaime muy humanitario. En el tono que acostumbra desde que le cortaron la mano, no tiene nada de aquella altivez Lannister, de aquella arrogancia por la que todo Cristo lo odia en Poniente: compadece a sus soldados cuando Tarly sugiere azotarlos para que marchen más rápido. Han luchado bien, dice. Se abre el plano y aparece junto a Ser Bronn, ambos a caballo, elevados sobre una llanura fordiana con formaciones rocosas al fondo que parecen sacadas de Arizona o Nuevo México. Toda la secuencia, la fotografía, el paisaje, inducen a pensar que esos dos hombres a caballo están solos. A pesar de todo el gran ejército que los acompaña y que abreva a las bestias y se desparrama por todas partes, descansando tras la batalla de Altojardín, esos dos hombres están solos: se tienen a ellos mismos y a sus espadas. Y nada más.
Entonces viene la horda dothraki, cuya llegada anuncia el trueno de los cascos de los caballo, y la escena ya es jodidamente fordiana del todo. Es como si atacaran los apaches en la diligencia, o los sioux. Es Big Little Horn. Hay imágenes de gran belleza, como la del carromato en llamas tirado por unos caballos desbocados atravesando el campo de batalla devastado. Resulta estremecedor y apocalíptico, aunque sorprende la entereza los soldados, sobre todo de los arqueros: uno se figuraba que a la vista de los dragones, saldrían corriendo muertos de miedo. Naturalmente, en esta batalla truculenta, Jaime es Custer, aunque no sabemos si la palma como el general yanqui en la charca a la que cae por que el final es abierto y perfecto para redondear un capítulo que nos deja un dragón malherido, el ejército Lannister desintegrado y de repente, a Cersei bloqueada en Desembarco del Rey.
Se puede suponer que la jugarreta se le ocurre a Daenerys justo tras consultar con Snow si asolar Desembarco del Rey, con todos sus habitantes dentro, buenos, malos y regulares, y que luego los dioses viejos y nuevos elijan a los suyos, era una buena idea. Algo de consejo táctico de Nieve ha de haber en ello. Hemos visto como Tyrion queda desautorizado por la dragona, algo inédito hasta ahora: se colige que el ataque a la hueste Lannister en retirada no es asunto suyo, y que la química entre Nieve y la Khaleesi ha aumentado significativamente. La desgracia de Tyrion puede verse redondeada si Jaime sobrevive.
Lo más normal es pensar que Daenerys quiere la cabeza del asesino de su padre en una pica; eso después de habérselo echado a sus tres dragones en el comedero, probablemente troceado. Tyrion le debe la vida a su hermano mayor, y Juego de Tronos afronta uno de esos dilemas morales que determinará el curso de los acontecimientos: venganza o magnanimidad, perdón o castigo. Si Daenerys perdona a Jaime demostrará una grandeza de alma desconocida en el bárbaro Poniente, y podrá aspirar, de verdad, a ser una monarca distinta, tal y como le dice Snow en este capítulo. Pero Tyrion, con sus fracasos estratégicos, ya ha quedado señalado por su furia: en el arrebato le reprochó que ser un Lannister le influyera en unas decisiones empíricamente equivocadas.
El enano asiste a la batalla visiblemente compungido. Es el personaje más complejo desde el punto de vista emocional, y en general, humano, que incluye por supuesto lo intelectual. Cuando por fin había encontrado un lugar en donde desarrollar todo su potencial, un lugar verdaderamente suyo, la guerra da al traste con esa precaria estabilidad. La destrucción del ejército Lannister, más que la ocupación de Casterly Rock (que él instiga), es la ejemplificación visual de la aniquilación de sus raíces: Tyrion es un paria. Lo fue desde el primer capítulo de la serie, pero ahora podemos verlo y contemplar su angustia contradictoria, que se le refleja en la cara como a ninguno de los demás compañeros de reparto.
Como no sabemos qué va a pasar con el dragón herido, se presume que la Khaleesi ha perdido al Cristiano Ronaldo de su BBC. Tendrá que seguir la guerra con los otros dos, bestias menos devastadoras y más díscolas. Cómo afectará esto en la guerra dinástica, es lo de menos. Lo importante es la amenaza que viene de arriba. Por fin, Snow halla el modo de convencer a Daenerys: la alusión a la Arcadia primitiva dibujada en las paredes de las grutas subterráneas de Rocadragón resulta ser un útil y efectivo recurso con el que los guionistas han resuelto el complicado problema del entendimiento entre la golden girl y el golden boy de la serie.
El encuentro con Missandei sirve para constatar otra de las conexiones entre Daenerys y Jon: ambos son reyes electos, cuyos siervos no son vasallos sino fieles que han decidido, más o menos libremente, ponerse bajo su protección. Esto marca una diferencia fundamental con el resto de monarcas, es decir, con Cersei. Es sabido que un soldado que lucha por su libertad ofrece una plusvalía de coraje en el campo de batalla con respecto al soldado que lucha por temor a ser castigado, por obligación o por dinero.
El capítulo empieza con el expolio de Altojardín, que sirve para saldar la deuda de los Lannister con la troika de Braavos. Con dinero se ganan las guerras, y los bancos siempre fueron aficionados a invertir en estas joint venture. Cersei les promete los intereses debidos anunciando un nuevo golpe. Cabe recordar que Dorne está sin jefes, aunque su capacidad militar no se nos ha sido mostrada por la serie, más allá de las princesas-víboras sensuales y saltimbanquis. Dada la masacre posterior de Jaime y su tropa, está por ver cómo pagará esta vez la Lannister su deuda. Además de a su hermano y compañero, de su ejército y de los Tarly, la leona ha perdido también su balista antidragones. ¿Habrá más? Nunca hay que dudar de los ases bajo la manga que guarda el guión de Juego de Tronos, auténtica fábrica de Deus ex machinas.
Entre Meñique y Bran se produce una curiosa conversación. Bran parece saberlo todo de verdad, lo viejo y lo nuevo, el pasado y el futuro. De momento recuerda a Jesucristo cuando decía lo de que su reino no era de este mundo: el pequeño Stark renuncia a ser tratado como Lord, no necesita puñales, ni dagas, y seguramente tampoco le haría falta el abrigo, si pretendieran dejarlo desnudo. Es un ser espiritual, una entidad superior dentro del cuerpo malogrado de un tullido. Meñique le jura lealtad y protección eternas, pero a él le da lo mismo.
Pálido y frío, el reencuentro con sus hermanas es igual de gélido. Si la serie ha decidido meter el turbo en esta temporada en casi todos los frentes, con Bran parecen seguir igual de despacio. Su arco narrativo ha sido muy esquemático, incluyendo una temporada en blanco. Por un lado, esto tiene su truco: los guionistas pueden hacer con él prácticamente lo que les de la gana, pues es una hoja escrita sólo por la mitad. Con el resto de personajes, en cambio, se ven constreñidos por la trayectoria de cada uno. Supongo que será a eso a lo que se refieren los escritores que dicen que sus personajes cobran vida propia y escapan a su control. Bran no. Es la bomba con temporizador del final de la serie.
Lo mejor del retorno a casa de Arya es verla entrar en Invernalia como a Ulises en Ítaca: no la reconoce nadie, e incluso a pique están de echarla a patadas. La escena de la cripta es emotiva, fina y alegórica: entre una inmensa oscuridad, que abarca todo como un círculo amenazador, surgen de pronto una miríada de llamas cuando se abrazan Arya y Sansa. La esperanza y la resistencia, que iluminan el vacío palpable entre las hermanas: parece que han pasado miles de años entre las dos.
Y Arya ya tiene acero valyrio. A pesar de las alusiones constantes a la lista negra de sus enemigos, parece que su destino está junto a su hermano Jon.
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