Por Antonio Valderrama
En los telediarios, después de una noticia dura, viene una blanda. Juego de Tronos nos ha acostumbrado a esto. El quinto es un capítulo de transición, una etapa en llano entre dos puertos de montaña monstruosos: el cuarto, que ya lo vimos, y el sexto, que se presume agitado. Va a haber más sangre que en una película de Tarantino, sobre todo por que es el penúltimo, y una vieja tradición dice que los penúltimos capítulos de cada temporada en esta serie son como un picnic en Raqqa.
El capítulo empieza con una sorprendente recuperación natatoria de Jaime. Ocurre a veces con Juego de Tronos que se rompe el pacto de lectura con el espectador de una forma muy poco elegante. Al matarreyes lo derriban del caballo a un palmo de la cara del dragón, y reaparece a varios kilómetros de allí, sin que ningún dothraki de los que peina el campo de batalla buscando despojos logre dar con él.
Todos mis razonamientos del análisis anterior, acerca de un posible escenario con Jaime cautivo de Daenerys, se vinieron abajo. Quizá así lo exija la lógica interna de la serie, después de la proposición que Tyrion se saca de la manga: capturar a un caminante blanco y llevárselo a Cersei. De todas formas, como somos unos seriéfilos complacientes, aceptamos estos arrepentimientos velazquianos de la HBO con tal de que la historia avance sin frenos, como parece: Jaime sobrevive y llega a Desembarco del Rey para que así Tyrion pueda infiltrarse en ella sin el menor contratiempo y para descubrir que va a ser padre otra vez.
Pero hay que ir por partes. Tyrion ofrece un aspecto profundamente desolado. Camina cabizbajo entre el campo lleno de cenizas, y parece asqueado al ver a los dothrakis despojar a los muertos y reírse del ejército Lannister, que en paz descanse. Luego, cuando la performance autoritaria de Daenerys, casi se pone en evidencia ante la reina, de la cual es Mano, procurando evitar un derramamiento de sangre.
La Khaleesi prepara unos Tarly a la parrilla para jolgorio de su horda, combinando como en ella es habitual la retórica de liberación con la coacción del miedo y la cocción de los dragones: su sistema es una suerte de despotismo ilustrado extremo, que cambia redención por sumisión pero que no ofrece más alternativa que la cocción al horno, para el que no acepte ser liberado a la fuerza.
Es como si la HBO nos dijera que hay un mundo mejor, que sólo puede ser impuesto por la fuerza de las armas, un paraíso de libertad al mando de una reina guapísima y joven que está asegurado por una hueste a salvaje a caballo y tres dragones devastadores. Tyrion, a lo que se ve, empieza a dudar de la bondad de todo esto, o quizá está realmente abrumado por la guerra sin cuartel que ha sido toda su vida.
Las dos o tres veces que ha mencionado el Muro y la Guardia de la Noche, unas veces rememorando su visita con Jon, tiempo ha, y otras proponiéndola como castigo honorable para los Tarly, hacen creer que a lo mejor el frío Norte es una salida adecuada para él mismo. La cara que pone al contemplar cómo Gendry destroza con su martillo a los dos guardias en Desembarco del Rey no hacen más que redundar en esta idea de hartazgo de la pequeña eminencia gris, cada vez más desbordado por los acontecimientos.
Daenerys desarrolla una teoría política en sus cinco minutos de conversación con Jon, al que ha visto estupefacta mientras acariciaba el hocico de su dragón. Si quieres la paz, prepárate para la guerra, resumiendo y justificándose ante Jon, aunque en verdad parecía estar haciéndolo ante nosotros los espectadores, por la forma en que ajustició a los Tarly y su implacable manera de exigir sumisión a cambio de una libertad algo sanguinolenta.
Pero lo grosso de esa secuencia, lo que ha arrebatado corazones, fue la epifanía dragónica entre Jon y el dragón, ese momento trascendental, místico, completado luego por otro mucho más discreto que vino después, andando el capítulo: cuando Sam, en medio de su hartazgo, aguanta la murga de una Gilly entusiasmada con los difíciles conceptos que va descubriendo en los libros que él le va trayendo a casa.
Ese diálogo, aparentemente trivial, encierra la fórmula mágica que elevará a Jon por encima de todos los demás; sin esas palabras dichas como al descuido por Gilly sobre la anulación matrimonial, la escena del dragón carece de sentido: con ella, tiene el doble de fuerza, quizá también la última en la que Jon y Daenerys comparten plano.
Cuando Jon se despide, tras el consentimiento de la Madre de Dragones, para marchar rumbo al norte y traer de regreso a un zombi, la cara de Daenerys es la de una jovenzuela que se está enamorando. Puede que Juego de Tronos, en su afán por redondear la historia y hacerla circular, termine con otra relación incestuosa sobre el trono de hierro, esta vez Targaryen. ¿Quién puede saberlo?
Se puede discutir mucho sobre el modo tan fragmentario, disperso y lento en que la serie nos ha ido dejando estas piezas para que al final, y en medio del torrente de acción y sucesos de la séptima temporada, nosotros formásemos el puzzle. Pero quizá es una estrategia deliberada que responde a los tiempos en los que se tiene que mover un show televisivo de esta magnitud.
La legitimidad de Jon como heredero Targaryen abre un melón importante, por que tras seis temporadas en las que minuciosamente se ha construido a Daenerys como la soberana de los dos lados del mundo, la aspirante, la elegida y la ungida por la Historia y el Destino, se presume difícil descabalgarla de esa posición de privilegio de otro modo que no sea un matrimonio igualitario con Snow en el que ambos compartan la corona. No obstante, de cara a la guerra contra el Rey de la Noche, que Jon pueda cabalgar un dragón resulta muy conveniente: el Rey en el Norte ya tiene su bomba atómica, aunque todavía no lo sepa.
La idea de capturar a un caminante blanco y bajarlo al sur, para convencer a Cersei, suena ingenua y descabellada, impropia de una inteligencia privilegiada como la de Tyrion. Es difícil pensar que no conoce a fondo a su hermana, mujer pérfida que ha martirizado todos sus días desde la infancia. El caso es que el plan conecta, por fin, los dos puntos de la madeja: el Rey de la Noche y Cersei.
Como queda claro en la conversación con Jaime, los Lannister están kaput. Ni siquiera un armisticio como el que parece vislumbrarse entre ellos y Daenerys podrá salvarlos de su destino: si no se imponen a sus enemigos, toda tregua no es otra cosa que posponer el Juicio Final. Cersei lo sabe, y lo raro es que no lo sepa Tyrion; que no lo sepa Jaime, es comprensible, pues está enamorado, y los enamorados cometen errores de juicio muy groseros.
Cualquier intento de entente cordiale entre las casas de Poniente con vistas a la guerra contra los malos que vienen del Norte está viciado de antemano si Cersei está de por medio. El plan de Tyrion se basa en la confianza que Cersei deposita en Jaime, su único consejero, o eso cree; pero “escucharte fue un error”, le suelta la leona a Jaime, mientras Qyburn se desliza furtivo y servil por el lado del caballero que regresa de la batalla chamuscado, herido y humillado.
Euron está por algún lado, tramando algo, y Jaime le ha vuelto a demostrar a Cersei que es blando y que sucumbe a su buen corazón, tras reunirse con Tyrion. Está perdiendo pie en la corte de su reina. Yo no dudo de que Cersei intentará utilizar la ventaja de los caminantes blancos para destrozar a sus enemigos, pues necesita un milagro para imponerse y ha dejado claro, otra vez, que se impondrán a lo que sea, cueste lo que cueste. Tampoco dudo de que en este empeño suicida perderá la vida, arrastrándolo todo consigo porque Cersei cumple ese perfil de gobernante implacable que por el poder pierde la razón. Estamos ante un nuevo Rey Loco, en versión MILF, que en su caída pondrá a los siete reinos al borde del colapso.
A Sam le dan cinco minutos para contar su movida, como en las entrevistas de trabajo, y se harta. La Ciudadela es la metáfora de poniente: un mundo apoltronado, apolillado y atrapado en una ensoñación, incapaz de reaccionar cuando la Muerte con mayúsculas se le viene encima. Es probable que ahora marche al Norte, quizá al Muro, o a Invernalia, a reencontrarse con Jon, cargado con los libros que le darán al Poniente la victoria, o eso se supone.
![Game of Thrones Episode 5 HBO](http://i0.wp.com/lossietereinos.com/wp-content/uploads/2017/08/helen-sloan-hbo-photo-4.jpg?resize=640%2C426&ssl=1)
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“La casa se está derrumbando”, dice el Gran Maestre mientras el plano se cierra sobre un pergamino con el escudo de los Stark, y el juego visual es magnífico para introducir la última argucia de Meñique: segar la hierba bajo los pies de Jon y poner a Sansa en la tesitura de reclamar el trono del Norte por las bravas, enfrentándola con sus hermanos.
Cada vez veo más claro que Meñique es un agente de Cersei, por que de otro modo, su estrategia sólo tendría sentido si se imaginase a él mismo como Rey en el Norte, lo cual sería lógico teniendo en cuenta que siempre ha sido un personaje subalterno sujeto a las idas y venidas de personajes aristocráticos con menor nivel intelectual y muchas menos agallas que él. Presumo que su final no va a ser tranquilo, aunque todavía tiene una respetable fuerza militar a su disposición en Invernalia.
El final del capítulo es maravilloso: una banda de ex convictos, de asesinos, de bastardos, de desahuciados que han regresado a la vida como por milagro y de rufianes sin linaje y sin honor, junto con los salvajes, saliendo de Guardaoriente en plan John Wayne en la Legión Invencible, rumbo a lo desconocido, rumbo a la muerte.
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