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Juego de Tronos 7×07 – El dragón y el lobo: Análisis e impresiones

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Por Antonio Valderrama

Se acabó la séptima temporada de Juego de Tronos, quizá la más polémica, la que más ha arriesgado con respecto al devenir anterior de la serie, con un cliffhanger insano: puede que nos llevemos hasta 2019 colgando como jirones de salvaje achicharrado de los trozos del Muro. Es mejor ir poco a poco, tumbar el capítulo en la mesa de disecciones y practicarle una autopsia paciente. Por que en él pasó de todo, y lo más importante: la serie ha recuperado cierta coherencia anudando tramas y amalgamando personajes en un principio irreconciliables de cara al Armagedón final.

Si el sexto episodio fue puro fuego de artificio, espectacularidad homérica y cantar de gesta, el séptimo fue una cosa macerada que recuperó el intríngulis político-estratégico y desató a algunos protagonistas de sus casillas en el tablero, a las que parecían irremediablemente amarradas. Estoy pensando en Jaime Lannister y en Theon Greygoy. Por supuesto, el clímax se olía desde el principio, pero en la hora y veinte que dura el episodio la tensión va in crescendo con naturalidad, nada que ver con el angustioso tembleque con el que se asistió al penúltimo.

La acción comienza en Pozo Dragón. Algún día podré contarle a mis nietos que cuando yo era joven aquello se conocía como Itálica, Santiponce, y que cuando se hizo mundialmente famosa por salir en la serie más seguida, estaba medio abandonada por la Junta, casi sin taquilleros ni seguridad. En el antiguo zoológico para dragones tiene lugar la magna conferencia entre reyes y caudillos de Poniente. Aunque más que eso, tiene un aire a las reuniones entre clanes de la mafia, con todos apuntándose con las pistolas por debajo de la mesa: Inmaculados y dothrakis rodean Desembarco del Rey, y aunque la flota de Euron guarda la bahía, la ventaja estratégica parece del lado de la Khaleesi. Esto abunda en la sensación de derrota moral de la Targaryen al terminar la pantomima, pero más vale no adelantarse.

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Desde el principio, el capítulo versa sobre hermanos y familias enfrentadas. Parece una sinopsis de lo que ha sido la serie. Euron contra Theon, Tyrion contra Cersei, los Clegane. Todos son individuos puestos contra un espejo y que han de elegir entre dos formas de enfrentar la vida distintas: parias, desheredados, bastardos, desarraigados, cuyas vidas han sido un continuo desmentido de sus raíces de sangre. Me estoy acordando de algo que veía de pequeño, los domingos. Un hombre se ponía delante de la parroquia de mi pueblo sosteniendo en alto una cartulina: Viva la familia unida. Juego de Tronos es, en ese sentido, un producto totalmente grecolatino, y menos mal.

Cuando El Perro descubre el pastel escondido en el arcón de madera que le tenían preparado a Cersei, se me infundió la caja de Pandora. Pero verdaderamente, lo que sale de ahí no es un muerto, sino la monstruosidad de la propia Cersei. Ese es el mal que Jon y Daenerys han desatado realmente con el inexplicable plan de Tyrion para convencerla de un armisticio.

Como parecía evidente siguiendo el desarrollo de la temporada, Cersei aprovecha este inesperado alto el fuego que le propone una enemiga mucho más poderosa y con la iniciativa bélica en sus manos para salvarse y poner en jaque el destino de Poniente. Su performance es extraordinaria. Hace como que se rinde ante la evidencia del peligro zombi y se repliega, en un primer momento: se va a apañar ella sola en el sur si no aceptan sus condiciones. Después, conocedora a fondo del carácter de su diminuto hermano, pone en escena una interpretación melodramática digna de las mejores telenovelas venezolanas.

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Tyrion, con su vocación martirológica elevada al ridículo, está dispuesto incluso a morir con tal de congraciar sus dos almas: la de Lannister, es decir, el amor inextinguible por su familia (a pesar de todos los pesares), con la de gentil caballero idealista (faceta que se ha esforzado por encubrir durante toda la serie con su máscara de cinismo hedonista, en vano siempre). Cersei lo sabe y le hace tragarse el último gran sapo. Juega con los sentimientos paternofiliales del enano hacia sus sobrinos (“sabes que siempre amé a esos niños”) y le induce a creer que está dispuesta a renunciar al poder absoluto, al sueño de toda su vida, con tal de salvarse junto a sus enemigos irreconciliables del poder letal y ciego que viene desde el Norte.

Su supuesta magnanimidad y desprendimiento culmina una conferencia en la que, como las cumbres entre clanes mafiosos en guerra, no es más que una postergación de las hostilidades en las que siempre gana uno y pierden otros. En este caso, lo que sorprende es que a nadie le parezca extraño que una adicta al poder, sanguinaria, pérfida y mezquina como nadie en los siete reinos, ceda súbitamente, arrebatada por una impresión emocional imprevista. Ni Jon ni Daenerys, quienes sólo la conocen a través de lo que se cuenta de ella, ni Tyrion o Jaime, son capaces de advertir el truco.

Cuando Cersei se lo desvela a Jaime, tratándolo como a un imbécil, se produce otro de los giros narrativos a priori inconcebibles, pero lógicos mirándolo con la perspectiva de la temporada. Jaime abandona al amor de su vida, a la mujer por la que ha perdido su reputación, su honor en Poniente y todo lo que tenía. Pero hacía tiempo que Jaime venía sintiéndose fuera de lugar en una corte cada vez más conspiranoica y esquizofrénica; una corte de nigromantes siniestros como Qyburn (no es muy tranquilizadora la mirada de curiosidad con la que examina el brazo del zombi) y depravados capitanes de flotas devastadoras, como Euron.

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Su marcha hacia el Norte, en soledad y bajo una nieve que por fin llega al Sur, tiene algo irresistiblemente romántico: ahora es un freelance, una lanza libre, prácticamente un Quijote que ha dado su palabra a sus viejos enemigos y sacrifica lo único que posee (el amor peligroso de Cersei) con tal de mantenerla. Sólo Jaime parece haber advertido la magnitud apocalíptica de la catástrofe que se avecina.

El camino de Cersei en la última temporada parece del todo determinado, y ahí ya no hay sitio ni para deshonrados caballeros que todavía creen en el honor, ni para gente con todos los tornillos en su sitio. Euron volverá de ultramar con un poderosísimo ejército (¡hasta elefantes, como Aníbal!) y es de suponer que a lo largo de los seis capítulos que quedan, la leona Lannister esté a un tris de provocar el colapso total de Poniente, metiéndole a sus ingenuos aliados tantas puñaladas les quepan por la espalda. La nueva reina loca acabará, probablemente, aniquilándose junto a la capital y al trono de hierro: mi apuesta por una disparatada entente cordiale con el Rey de la Noche sigue en pie, más que nunca.

Solamente las hermanas Stark rompen esa dinámica de hermanos atormentados que se enfrentan entre sí en virtud de destinos irreconciliables. Donde todo el mundo vio amenaza explícita de Arya a Sansa en el anterior capítulo, se confirmó la treta conjunta. Recordemos que Arya termina su monólogo agresivo ofreciéndole el puñal a Sansa por el cabo. Sansa se consagra definitivamente como una aspirante al Balón de Oro de las intrigas: buenos maestros ha tenido.

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La muerte de Meñique, además de poesía, ha tenido algo de cierre circular. La discípula lo fulmina desplegando todas las artimañas que a lo largo de los años el propio Baelish fue enseñándole, bien directamente, bien haciéndola sufrir toda clase de padecimientos. No obstante, los Stark siguen siendo nobles y clementes, incluso en la ejecución de las sentencias. No hay sadismo en la muerte de un tipo que seguramente mereció un tormento mucho mayor, y la serie siempre ha querido subrayar esa diferencia moral entre los Stark y los Lannister: aunque sufran enormes iniquidades, el linaje de Ned Stark responderá con gallardía y justicia incluso al peor de sus enemigos.

Ned Stark es el verdadero protagonista de la serie. Su personalidad configura la de personajes vertebradores de la trama, desde Arya a Jon, por fin encumbrado como vértice absoluto de la obra. Ned murió en la primera temporada, pero su sombra siempre ha estado sobrevolándolo todo. En esta séptima campaña, se ha manifestado de una forma muy evidente tanto en las hermanas como en Jon. Y en Theon.

Como Tyrion, Theon, siempre mártir, afronta una redención patética (en el sentido dramático de la palabra, como se puede ver en la pelea, aunque todo en Theon ha sido siempre patético y tragicómico) tras ser más o menos perdonado por un Jon que cada vez más asume dones cristianos: tras la resurrección, el liderazgo de la vida en su combate eterno contra la muerte, y ahora, también, el perdón de los pecados. Theon aprovecha su punto débil, estar castrado, para derrotar a su enemigo en una escena cuyo tono recordó a aquella en la que, tras tomar Invernalia y arengar a sus muchachos, resulta traicionado de forma lastimera por su propia tropa. Esta vez ocurre todo lo contrario, en un afán de la serie por barnizar de dignidad al personaje más humillado y maltratado de toda la saga.

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Hablando de personajes maltratados: Tyrion ha quedado reducido a voyeur. Su amor por Daenerys, es verdad, siempre se ha intuido más que explicitado en pantalla. Pero es justo recordar que uno de los traumas más acendrados en la vida de Tyrion está relacionado con las mujeres que amó y humillaciones recibidas a cuenta de esos amores. Su futuro, tanto como el de Jaime, es un misterio. Cuando todos los personajes, de una manera u otra, tienen el destino sellado para la octava temporada, estos dos hermanos, tan distintos en apariencia pero cada vez más iguales en el fondo, se bambolean por el tablero de la serie sin rumbo fijo, perdidas las raíces y la noción de ser útiles en los lugares que ellos mismos habían elegido.

Las subtramas del Norte y de los Greyjoy se han cerrado y encaminado, en función del objetivo principal, que es la guerra de los mundos entre la vida y la muerte, la luz y la oscuridad: quedan seis capítulos y ya no hay tiempo para pararse a comprar tabaco. En la cima de la montaña, como era de prever, se consuma el incesto, otro guiño a lo circular de la serie. Jon y Daenerys se encaman en paralelo a la visión de Bran explicándole a Sam que Jon no es Jon, sino Aegon Targaryen Stark, el legítimo heredero al trono de Poniente. Corridos los siete sellos del misterio, es probable que la última temporada empiece con el embarazo de Daenerys.

El propio Jon abre de par en par esa puerta, al comentarle en Pozo Dragón que a ver si se va a fiar de la palabra de una bruja que quiso matarla, cuando le dijo que no podía ser madre. Esa anticipación nos deja un escenario terrible: cuando Jon sepa cuál es su verdadera identidad, quizá caiga preso de una locura parecida a la de Edipo cuando se enteró de que había matado a su padre y preñado varias veces a su madre.

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No creo que Jon corra al bosque y se arranque los ojos, estando la batalla por la vida en su punto álgido. Pero el timing de la revelación condicionará la batalla, y resulta sensato imaginar que saber quién es acompañará no sólo una tremenda crisis en la pareja (Daenerys lleva siete temporadas preparándose para ser la emperatriz del Universo, aunque el probable embarazo resolverá la cuestión dinástica entre los recién descubiertos Targaryen) sino también la típica caída del héroe en el peldaño inmediatamente anterior a la batalla final con el Rey de la Noche. Naturalmente, la carga dramática del asunto puede que venga acompañada de la muerte de otro dragón, dado el gusto de los creadores de la serie por los sacrificios en aras de la tensión argumental.

La demolición del muro me recordó al atentado y caída de las Torres Gemelas de Nueva York. Asistí a la escena sin articular siquiera un pensamiento. Vinieron después, con los créditos. El Muro ha sido siempre el símbolo de lo inexpugnable, la raya que separaba a los malos de los buenos, ocurriera lo que ocurriese. Supuse que los caminantes blancos atravesarían el Muro de alguna forma más discreta, pero Viserion lo cambia todo. Es un ángel exterminador cuya vulnerabilidad se me antoja difícil de imaginar.

El derrumbe de la frontera ancestral trae la congoja a los corazones: a partir de ahora, ¿qué es imposible? El próximo movimiento del Rey de la Noche, siguiendo la teoría de lo razonable, es Invernalia. Pero vete a saber. Hacia allá se encaminan los ejércitos combinados Stark y Targaryen, mientras que en el Sur, Cersei planea el golpe de gracia. Algo me dice que Qyburn prepara una pinza con la Horda de la Muerte, aunque cualquier tipo de estrategia de este calibre resultaría más veraz si los caminantes blancos hubieran demostrado alguna clase de raciocinio, más allá de la ambición implacable por matarlos a todos y cubrir de espanto el mundo conocido.

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