Pasó Hardhome y llegó The Dance of Dragons; pero como decía aquel, no es lo mismo. No fue lo mismo el noveno que el octavo de los capítulos de esta temporada irregular en la que Juego de Tronos está quemando las naves, literalmente (no se rían todavía).
Cada vez hay menos puertos a los que retornar, cada vez se despeja más el camino para, al menos, las tres principales líneas argumentales: el Norte, Stannis y Daenerys de la Tormenta. Cada vez hay menos grises y más blancos o negros; cada vez están más perfilados los protagonistas de la historia, despojados de todo accesorio y prescindible que les ha venido acompañando a cada uno desde la primera temporada.
Stannis, Snow y Daenerys sólo huyen hacia adelante, deshaciéndose de sus ataduras narrativas y quedándose con lo necesario para sobrevivir y vencer a toda costa. A pesar de que tras la emisión del capítulo los lectores de la saga tomaron las armas saliendo hacia la Bastilla de Benioff y Weiss con propósito de quemarla, The Dance of Dragons dejó algunas cosas interesantes. Y hemos venido a comentarlas.
Los Hijos Pródigos
El capítulo empezó con el golpe de mano que Ramsay le prometió a su padre en el 5×08. 20 hombres y una incursión nocturna en el campamento del ejército del rey Baratheon. Como resultado, las provisiones para los soldados y el forraje para las bestias terminaron siendo humo y evaporándose sobre el cielo de Invernalia, y casi toda la caballería de la Grande Armée de Stannis quedó chamuscada o troceada para alimento de la tropa.
Es curioso cómo en ningún momento más allá de aquella carga mitológica del 4×10 al norte del Muro, se nos ha mostrado el ejército de Stannis como una armada fuerte y poderosa. Intuimos que tiene cientos de miles de soldados, casi todos mercenarios pagados por el oro braavosi. Y aunque en la historia se nos diga que los mercenarios “son de lealtad dudosa puesto que sólo obedecen al oro”, yo estoy con Reverte cuando afirma que mientras que un soldadito voluntario que combate por sus ideas puede flaquear en el momento de la verdad, un mercenario guarda lealtad a quien le paga y por él se hace matar hasta el final. Sea como fuere, en toda esta quinta temporada, la soldadesca que comanda Stannis me ha parecido menor, mediocre y pequeña. ¿Dónde están todas sus legiones? ¿Se las ha tragado la nieve norteña como a Napoleón en Rusia?
El asalto al campamento, por tanto, deja a Stannis en una posición muy delicada. Sin alimento y sin caballería, la supervivencia pasa por atacar en condiciones muy desventajosas la fuerte posición de los Bolton en Invernalia. Sin embargo, a mí me ha parecido extraordinariamente conveniente esta incursión del comando de Ramsay para las intenciones de Melisandre. Le ha venido muy bien, esa es la verdad, que las circunstancias de la guerra hayan puesto a su rey entre la espada y la pared.
La actitud de la bruja pelirroja desde que Stannis rechazase, hace dos o tres capítulos, quemar a su hija para propiciar la bendición del Señor de la Luz y hacer posible su victoria sobre los Bolton, me parecía extraña. Era como si siempre hubiese tenido un plan: aceptaba la negativa del rey con sospechosa parsimonia. ¿Ha podido actuar Ramsay incitado secretamente por Melisandre? ¿se ha servido ella del bastardo Bolton como palanca para lograr su deseo? No sé si se nos aclarará este punto en algún momento futuro de la serie, pero tengo la impresión de que aquí hay gato encerrado: una colusión de intereses entre Melisandre y Ramsay, un pacto en el que éste último ha sido utilizado un poco de pardillo para obligar a Stannis a afrontar la gran decisión. El mismo Stannis se lo comenta a Ser Davos: ¿cómo han podido hacerlo tan fácilmente?
Y la gran decisión, claro, es la del holocausto de su hija. El Dios de la Luz le pidió a Stannis, por boca de Melissandre, el sacrificio de sangre real para que el Baratheon accediese a su destino final, que es reinar sobre Poniente. Y éste, como Abraham, ofrendó a su pequeña Isaac, a Shireen, el rayo de luz entre tanta oscuridad.
Al contrario de lo que sucede con la historia bíblica, no llegó ningún ángel enviado por Dios para evitar la hecatombe en el último instante, y a Shireen la ataron a un poste para prenderle fuego. La escena es descorazonadora, no por inesperada, sino por cruel. Shireen me gustaba mucho, ciertamente. Además de ser uno de mis personajes favoritos, siempre creí que iba a tener una utilidad en el devenir de la trama. Que iba a servir para, más o menos, despertar a su padre del embrujo en el que vive desde que le entregó su alma a Melisandre a cambio del poder y la gloria.
El poder vendrá, quizás; lo que es seguro es que lo hará sin gloria. Stannis ha quemado a su hija, a su princesa, al ser vivo que más quería, a su orgullo (“tú eres una princesa de la casa Baratheon, eres mi hija”) y de este modo ha cortado el último vínculo con la realidad y con su mundo anterior que le quedaba. Ahora ya sólo podrá ir para adelante, hacia un destino previsualizado en una candela. En la certeza de que ese destino existirá y en que él se sentará, por fin, en el Trono de Hierro, ha depositado su vida entera: en este momento ya no es más que una sombra oscura persiguiendo una luz que titila allá en el horizonte.
Shireen, al narrarle a su padre el argumento de Danza de Dragones, le está contando la historia de su propia familia, de su enfrentamiento con Renly, de la desintegración de toda una casa. Stannis lo sabe; aún así, traiciona sus propios códigos. Es un hombre enfermo de poder. Stannis es un pobre hombre. Está desfigurado, demacrado, raído. Su rostro está consumido, sus ojos son de alucinado y el tono de su voz es el de un iluminado, el de un fanático que va a arder en su propio fuego delirante. A Tenochtitlán se va por ahí, ha dicho mirando a sus soldados y quemaba sus naves, como Cortés. Pero él no le ha metido fuego a unos barcos, ni a la esperanza de volver a casa de todos sus hombres: él se ha quemado a sí mismo, ha carbonizado su propio hogar.
Si Stannis da pena, su mujer da asco. Desde que salió la primera vez, se ha mostrado como una mujer repulsiva, fanatizada, cornuda y disparatada. Su arrepentimiento final, cuando oye gritar de dolor y miedo a su preciosa hija, no hace sino aumentar la repugnancia del espectador hacia una reina tan inane, sin alma ni carácter, pusilánime y supersticiosa que, como todos los espíritus pobres, ha terminado siendo más papista que el propio papa tras convertirse a la fe colorada que les trajo Melisandre.
¿Qué ocurrirá cuando regrese Ser Davos? Yo apuesto a que, a pesar de su lealtad rayana en la servidumbre, abandonará a Stannis o se hará matar en la batalla por Invernalia. De sobrevivir, es seguro que marchará con Juan Nieve a unirse a su epopeya de salvación en el Muro, puesto que la naturaleza fiel y noble de Ser Davos no creo le permita tolerar lo que Stannis ha realizado con su propia hija, Shireen, a quien Davos tanto quería.
Antes de bajar al sur, quiero mencionar a Olly, el niño protegido por Snow en El Muro. ¿Este niño piensa envenenar a Nieve, en un arrebato de venganza adolescente?
Mentiras y gordas
Más allá del Norte, en Dorne asistimos a una salida en falso -estoy seguro de que en el último capítulo habrá puñaladas, palos, navajazos, hachazos y de todo menos cosas bonitas para Ser Bronn y Jaime-. La viuda de Oberyn aparece toda sumisa y recatada tras una escenita en palacio; jura lealtad a su príncipe y entabla el diálogo más raro del capítulo con el Matarreyes. Una charleta breve en la que se muestra sin hostilidad, más bien al contrario, resignada y un punto amigable. Todo esto es una máscara y en el último episodio vamos a ver un golpe de Estado en Dorne: lo saben hasta las amapolas de los campos de Flandes.
A Ser Bronn se le perdona a condición de recibir una buena hostia en medio de la cara, y todo se arregla muy rápido: Myrcella y su novio viajan a Desembarco del Rey con el Manco. Les faltó darse un beso a todos, juntar las manos y encender un mechero, cantando todos juntos libertad, libertad, sin ira, libertad. Sin derramar una gota de sangre, Jaime logra su objetivo y la rebelión de las serpientes dornienses queda sofocada con unas cuantas amenazas del príncipe tulllido. Es todo tan bonito que parece carnavales. Va a arder Troya.
Training Day
En Braavos, hace mucho que no comentamos nada de nuestra Stark preferida. Arya se inició en su transformación personal en Assassin durante el 5×08. La vimos disimular, espiar, construir su personaje de vendedora de ostras, fijar un objetivo, seguirlo y prestarse a ejecutarlo. Cuando lo va a hacer, aparece de pronto Mace Tyrell, el monigote de Altojardín al que Cersei se quitó de encima mandándolo ir a la ciudad libre para negociar con los banqueros otro préstamo para la Corona.
Este tipo, que parece un bufón pintado por Velázquez, viene escoltado por Meryn Trant, el esbirro Lannister por antonomasia, y uno de los enemigos jurados de Arya. Es interesante la aparición de este flaco suelto porque supondrá, imagino, el primer asesinato de envergadura al que hará frente Arya. ¿Le hará confesar antes del último suspiro, como hace Ezio Auditore con sus víctimas?
La Danza previsible
Y llegamos, claro, a Meereen. Antes de nada, tengo que decir que no hay comparación posible entre los últimos minutos de Hardhome y los de The Dance of Dragons. En el anterior episodio, todo ocurre de manera natural. Todo es, claro, grandioso y terrible, pero lo que sucede guarda lealtad a la coherencia interna del relato. En el coliseo meereeense (¿la plaza de toros de Osuna?) pasa lo que tiene que pasar, sí, pero en el paladar tengo todavía el sabor de lo previsible. Amén de alguna incorrección narrativa.
En primer lugar, todo es inquietante desde el principio para cualquier mente suspicaz que esté más o menos mosqueada. El aristócrata que va a casarse con la Khaleesi parece estar metido en el ajo (“¿Dónde has estado? Cuidando de que todo salga bien”), pero la guarnición de Inmaculados destinados a controlar una muchedumbre concentrada en el coliseo es ridículamente pequeña.
Se produce un curioso diálogo a cuatro entre Daario Naharis, Tyrion, la Madre de Dragones y el noble de la barba de chivo: Daario marca terreno, en plan macho alfa, y Tyrion hace una elegante apología contra los juegos de gladiadores (“Siempre han habido demasiadas muertes en el mundo, para mi gusto. Me gustaría pasar sin ellas en mi tiempo libre”) y el meereense discute con Daenerys acerca de lo eterno y lo inmutable. Las costumbres, reflejo ancestral de la tierra, contra la construcción de un edificio moral y legal hecha por los hombres, en un mundo nuevo.
Todo está muy bien hasta que, como se intuía, surge Ser Jorah y termina en victoria su duelo a muerte final. Daenerys, compungida, no sabe qué hacer. Esta maravillosa situación disneylándica termina cuando sólo Ser Jorah adivina que un Hijo de la Arpía se dirige de puntillas hacia la reina, y le clava un lanzazo desde 40 metros. Empieza la orgía de sangre.
Surgen multitud de máscaras por todo el circo, y de pronto, la reina está cercada. Su guardia personal repele como puede el ataque sin cuartel de miles de confabulados. Al revés de lo que yo predecía, el gran golpe lo han descargado los nobles meereenses, no Daenerys. Al de la barba de chivo le cortan la digestión, lo que demuestra, al final, su inocencia, a pesar de que se nos haya mostrado durante la temporada como un tipo ambiguo y dubitativo. El séquito de la reina Targaryen recula hasta el centro de la plaza.
Están rodeados, van a perecer bajo las guadañas y las lanzas de Meereen, hasta que, claro, llega el dragón. Si el capítulo se llama The Dance of Dragons era por algo; el dragón rebelde llevaba apareciendo esporádica y brevemente durante toda la temporada, y ya era hora de que tomase parte activa de la trama y dejase de hacer el parguela por esos campos de Dios. No obstante, el recurso del Deus ex machina es muy forzado: todo el mundo sabía que el dragón iba a aparecer.
Pero, ¿ser Jorah no tenía la psoriagrís? ¿No se la ha transmitido a Daenerys al ayudarla a bajar del estrado, en medio de la pelea? ¿no se la contagia, por tanto, ésta a su criatura draconiana, cuando la monta? Son muchas preguntas.
Que ya monte a los dragones indica que el tren de la Khaleesi está a punto de partir de Meereen con rumbo a Poniente. Y a toda vela.
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